sábado, 4 de diciembre de 2010

· Bailar al Son del silencio·


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MUJER: Cuando le dije que "sí" usted no me importaba, pero ahora, que lo quiero, le digo que "no". Yo, tal vez, sea una mujer de "sí" fácil, pero mis "no" son muy difíciles… (Medita) A ver, ¿le consuela de algo si le digo que no lo abandono por ningún otro hombre?

HOMBRE: Usted no me abandona por ninguno, me abandona por todos.

MUJER: ¿Es más feliz sabiendo que no amo a nadie, que a lo sumo quiero a algunos?

HOMBRE: No sé si es mejor perder contra la soledad que contra el amor.

MUJER: ¡Pero si yo no voy a estar sola! La soledad es algo que se siente cuando una deja de estar acompañada… y yo hace largo rato que no me hago acompañar.

HOMBRE: Le doy un consejo, no se acostumbre.

MUJER: (Lo mira con ternura y le acaricia una mejilla) Usted es incapaz de bailar al son del silencio, ¿no?

HOMBRE: (Larga pausa) ¿Sabe qué? Aunque me deje le tengo que agradecer, porque gracias a usted volví a escribir pequeñas y torpes poesías, un par de cuentos breves… Qué quiere que le diga, usted me inspira.

MUJER: ¿Yo?

HOMBRE: Mejor dicho, la melancolía que siento por su amor es la que me inspira.

MUJER: ¡Vio todas las cosas que hago despertar en usted!

HOMBRE: Sí, pero con el único fin de volver a matarlas.

MUJER: ¡No, con el único fin de recordarle que aún están vivas!

HOMBRE: En eso somos diferentes… Yo nunca podría hacerle mal… a lo sumo matarla… pero lo haría una sola vez… En cambio usted no se cansa de matarme y resucitarme.

MUJER: ¡Yo no hago eso! Yo no le invento ninguna expectativa, mi "no" es lapidario. Es usted el que se suicida y se resucita… usted es su propio Lázaro y su propio Jesús.

HOMBRE: Levántate y ama.

MUJER: ¿Por qué se esfuerza en ver amor donde sólo hubo algunos besos?

HOMBRE: Es que así ven los enamorados.

MUJER: Así ven los ciegos.

HOMBRE: ¿Por qué mi fantasía tiene que ser más débil que la realidad?


MUJER: Porque yo soy la realidad… y soy cruel.


La Mujer enciende un cigarrillo y comienza a fumar dibujando fantasmas de humo. Descuidadamente le da la espalda al Hombre. El Parroquiano se levanta de su mesa sin que ellos lo adviertan y sorprende al Hombre hablándole al oído.

PARROQUIANO: ¿No se enoja si le hago una crítica? Esta conversación ya no es creíble, hay demasiados firuletes literarios, muchas frases pomposas… ¿usted se la quiere dar de artista, acaso? ¡Déjese de embromar! Así no hablan los que hablan de amor, ni de pena, ni de olvido…

HOMBRE: ¿Usted cree saber cómo hablan los enamorados?

PARROQUIANO: Hablan como sienten.

HOMBRE: Bueno, yo hablo como puedo.

PARROQUIANO: Sí, siempre de más y nunca lo suficiente.




[...] Extracto de la obra de teatro del autor Alejandro Formanchuk





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